Hace cuatro años y durante veinte años atrás, siendo mi padre funcionario municipal, vivía en una mansión de veraneo de la familia Storache a orillas del Miguelete construída en 1889, en esos tiempos, el Miguelete era zona de pesca menor y paseos en botes a remo para la burguesía ascendente. Storache legó su propiedad al Municipio, desheredando a sus hijos, con la condición que mantuvieran las dos hectáreas y media de jardines de diseño inspirado en el romanticismo inglés.
En la Comisión del Patrimonio Histórico Nacional un cincuentón, Mariano Arana, viendo que las administraciones anteriores convirtieron esa mansión ecléctica en un terreno árido y sin frutos, quiso declararla Monumento Histórico Nacional. Un arquitecto de la IMM sostuvo que la edificación estaba sobredimensionada y mandó serruchar las vigas invertidas en donde yo jugaba, manteniendo el equilibrio siendo niña. Hoy está al punto del colapso estructural, semidestruida y víctima de los más disparatados robos de pequeñas piezas de mármol, adoquines, cañerías de plomo y azulejos ingleses y españoles.
No sé que historia urbana inspiró al barrio a convertir el baldío en depósito de gatos. Ellos vivían comiendo las ratas, ratones y comadrejas que habitaban la selva. No tenían nombre y eran ariscos y muy prolíferos.
Hasta los últimos momentos la residencia fue utilizada como Semillero Municipal, Depósito de frascos de semillas infértiles y personal castigado por ineptitud desde otros ámbitos de la administración de la IMM. Me dijeron que esos frascos eran para la didáctica.
Había un solo gato al que en un arrebato de inspiración le llamé Mefisto, por Mefistófeles, para que mi madre, ya en estado de demencia presenil, le tuviera miedo y dejara de darle patadas.
Entonces, en aquel trágico escenario, uno de los obreros trajo tres perros y la guerra estalló, sólo Mefisto sobrevivió al hambre de los obreros en la crisis del 2002. Era una fiera, tanto que se enfrentó a los tres perros que lo rodearon y a los tres les arañó el hocico. El gato negro sufrió una herida menor pero como era verano, fue víctima de las moscas verdes. Lo encontré agonizando sobre la estructura de hierro que sostenía una glicina blanca y gasté mis ahorros para amputarle la pata gangrenada el día que llegó el cedulón...
Nos mudamos mi padre, Mefisto y yo a un pequeño apartamento en Malvín Norte, la vida se torno más placentera. Mi padre se va a pescar todas las mañanas, mientras no llueva y el viento sea calmo y no del oeste. Esa es la gimnasia que hace mi padre, caminar 2.300 metros hasta el muelle de Malvín con tal que el niño de la casa coma. Sabemos que se está muriendo, lleva más de trece años con nosotros y lo conocimos adulto. Viendo sus dificultades para comer le llevamos varias veces a su veterinaria y después de muchos exámenes el diagnóstico fue: inveterado mañoso .
Vaya como hilo conductor este homenaje al compañero de las primeras desgracias y uno de los motivos de juventud, salud y alegría de mi padre.
jueves, 24 de abril de 2008
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