Que viva España.
Apocalípticos sureños volátiles desesperos.
Fluyendo en el micro engranaje del deseo.
La caja ya fue liberada.
El mástil se hizo con la victoria.
Árido el corazón del desposo de la pandora infinita.
Divagando en el tumulto cavernoso.
Esperaré siempre a mi infinita pandora.
Cecilia y los lobos.
Dame la mano, me dijiste y salimos a volar por Inglaterra. Y Bristol, allá abajo, era una manchita de colores. Cada vez más lejos de vos y de mí.
- ¿Conoces los lobos? ¿Los viste alguna vez? – te oí entre el viento.
- -¿Cómo voy a ver los lobos en Inglaterra? Hace siglos que no existen. Vos y yo leímos hace días esos libros consistoriales donde estaban los decretos que ponían precio a sus cabezas...
- Acuérdate de la fábula de Fontaine y de un lobo inglés que chamulla en francés y que dice:ya no quedan más lobos en Inglaterra.
Ya estábamos en Escocia cuando me contestaste, abajo estaba el puente de piedra sobre el Twwed.
-Te voy a demostrar que sí existen (porque hablé con ellos).
-Mirálos, allá están (me dijiste).
Y tu pelo era un tornado que no me dejaba ver tu rostro. Bajamos a las tierras altas. Los Hinghansds y los condes arruinados por un mal caballo. De lejos llegaban los tornados de la pegajosa tornada céltica. La nube tenía olor a mostaza.
- Hay que cruzar la nube, están allá. Y me besaste para darme ánimos.
Miré la nube y lo supe enseguida: Cuatro meses atrás volamos juntos a el Verdún de 1916 y jugamos a que vos eras una niña y yo un soldado francés, ese cloro me hizo llorar bastante.
Y nos pusimos caretas antigás y repartimos volante de contaminación cuando nosotros la habíamos creado.
Sonaban los redobles del tambor y un lobo desafinado, hecho de niebla y oscuridad fue el primero que vimos. Vos te reías y tirabas la cabeza hacia atrás. Me tomaste el brazo que ya no daba más y me arrastraste mientras me decías que mirara la divisa que cruzaba del pecho del lobo.
-Conéctate conmigo y no me arrastres más.
Y después vinieron los perros policías, los labradores, y hasta los caniche. Me faltó uno para cazar comida.
Aluciné y me imaginé a la Reina de Londres haciendo sus maletas y a los cambistas cerrando sus negocios.
Es que era le ruido de garras en la tierra húmeda del pavimento del señor Adams. Y el de las rocas al cruzar el agua de los arroyos.
- Vamos con ellos. Y me envolviste el cuello con tu pañuelo lila y otra vez me arrastraste.
Nos perdimos en caminos que no sé pronunciar. Los de escoceses, checos, napolitanos y rusos.
El terror estaba en la frontera Suiza.
Me dije. Yo no voy a morir nunca y me miraste tan seria que mis principios de piedra de imán y basalto se resquebrajaron.
De rodillas te pusiste a mirar el horizonte y con el dorso en la mano sobre las cejas pronunciaste un refrán que no conocía.
Rien de noveau à la fron de le l’ ouest.
En la noche clarines y fanfarrias que rebotaban contra los árboles que bordeaban el claro del bosque.
Carlos estaba desnudo con una inmensa lanza atravesando su vientre. Giraba como una peonza y levantaba unos muñones lilas con sus hermosas manos. Los policías no nos quisieron mirar. Estábamos inculpados.
El general levantó su solapa de raicoat yo unos pasos hacia el charco de sangre y abatío a golpes de espada de plumas de quetzal.
Vimos en el bosque a tres enanos encapuchados encañonando a Kant y a Shopen que estaban ebrios.
El que saboteaba las plantas de energía vestido con un lansqueneque nos acusa de ilegales.
Luis viene en una mula robada a los gitanos y se desmoronó de un desmayo de hambre y muere.
Valla, también robaron un uniforme de la Cruz Roja y al otro día te regalan un pedazo de piedra negra del Kaaba.
-Quemamos todo y rajamos.
Y sobrevivimos comiendo frutas silvestres. Fuimos a la posada y hablamos de Austria en el invierno y estaban allí Paracelso y Durero como siempre borrachos, que nos compusieron un horóscopo falso.
Rodolfo Tizzi. Historiador.
jueves, 24 de abril de 2008
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