lunes, 28 de abril de 2008

Escollera Sarandí. Primavera de 1977

Una vez fuimos ricos cuando brasileños, franceses y norteamericanos vinieron a visitarnos.

Se inventó el periodismo amarillo y la noticia chatarra.

-¡No vuelvan del puerto sin dejar un hijo! fue la orden del capitán de cada fragata.

Es porque los negros son débiles y nosotros somos la raza escogida. El rey y la reina, el soldado y el teniente los condecorarán.

Pero nuestros negros armaron una red de espionaje y les mandamos las pestes, sólo porque estaban apurados en coger.

Los tenientes cosían y cosían heridas de amor y una niña paseaba alegremente por las cubiertas de los barcos.

Poco después fui a pescar con mi padre. Fue el día más hermoso de mi vida. La escollera estaba sólo para nosotros dos. El temporal era tan grande que formaba un túnel hueco de agua dulce.

Sin equipo de agua y con unas botas del trabajo de mi padre como botánico en la Intendencia moría de cansancio.

Me saqué las botas y miré a ver que sacaban en la escollera. Por supuesto que no había sardinas planchas.

Un hierro, donde ancló el buque inglés, me hizo un tajo de lado a lado del pie derecho.

Esa es mi única herida de Guerra.

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